La tumba perdida de San Miguel de la Mora

Rafael Cruz/ www.rafaelcruz.com.mx@gmail.com
Se encuentra en unas catacumbas en el Centro de Colima, junto a otras criptas de Mártires de la Guerra de los Cristeros.
El Padre Miguel De la Mora De la Mora nació el 19 de junio de 1878, en el rancho el Rincón del Tigre, en Tecalitlán, Jalisco. Vivió su infancia en el campo, ahí conoció las faenas agrícolas y ganaderas y llegó a ser buen jinete. Pasó su juventud ayudando a su padre en labores rurales hasta que descubrió su vocación sacerdotal.
En aquellos años, uno de sus hermanos vivía en Colima, y al enterarse de su interés por ingresar al seminario, lo llevó con él para inscribirlo en el Seminario de Colima, donde cursó los estudios eclesiásticos hasta su ordenación presbiteral en 1906.
Una vez ordenado Sacerdote, desarrolló su ministerio en iglesias y localidades de la Diócesis de Colima. Entre sus nombramientos recibió el de Capellán de la Catedral de Colima, encomienda que realizó de mayo de 1918 a junio de 1926, hasta que el entonces Gobernador de Colima, Francisco Solórzano Béjar, puso en vigor la ‘Ley Calles’, antes que en cualquier otro lugar de México. Esta Ley fue el principio histórico de la separación del Estado y la Iglesia, con la que el Presidente Plutarco Elías Calles aplicaba el artículo 130 de la Constitución Mexicana.
Ese mismo año, el Gobernador expidió el Decreto 126, el cual exigía a los Sacerdotes una licencia para poder desarrollar sus actividades, de este modo, se convertían en empleados del gobierno civil.
Por este motivo, todos los Sacerdotes de la Diócesis de Colima, incluidos el Padre Miguel De la Mora y el Sr. Obispo José Amador Velasco y Peña, firmaron e hicieron público un escrito de protesta contra aquellas leyes. La declaración terminaba con estas palabras: “No, no somos rebeldes, ¡Vive Dios!, somos simplemente sacerdotes católicos oprimidos, que no queremos ser apóstatas, que rechazamos el baldón y el oprobio de Iscariotes”.
Como consecuencia de esta declaración, todos los Sacerdotes fueron procesados: a algunos los desterraron, unos permanecieron ocultos en la capital, y otros, una vez agotados los recursos pacíficos, iniciaron una defensa armada llamada “Revolución Cristera”.
Cuando se decretó la suspensión del culto público, el Padre Miguel eligió permanecer en su domicilio en el Centro de Colima, en calle 27 de septiembre #134, en donde ofrecía auxilios espirituales y celebraba con mucha discreción la Eucaristía. Sus familiares le insistían que se regresara a su rancho en Jalisco, para salvarse del peligro, a lo que él siempre respondía: “No, ¿cómo se va a quedar Colima sin sacerdotes?”.
Y pese a ser muy cuidadoso, un día fue descubierto por el General José Ignacio Flores, jefe de operaciones militares en Colima, quien, al identificarlo como Sacerdote de inmediato fue tomado preso. Salió bajo fianza, teniendo la ciudad como cárcel, con la obligación de presentarse todos los días a firmar en la Jefatura Militar.
Estando próximo a vencerse el plazo que le habían fijado para obligarlo a reanudar el culto público, prefirió salir de la ciudad, aunque se perdiera la fianza otorgada. Entonces le dijo a su hermano Regino: “Ya no aguanto, llévame al rancho”. Prepararon sus cosas y acompañados por el Presbítero Crispiniano Sandoval, salieron rumbo a la sierra, la madrugada del día 7 de agosto de 1927 con ropas de campesino, en un coche propiedad de un amigo. El vehículo los dejó en La Estancia, en donde los esperaban Don Juan De la Mora con unos caballos para continuar su camino.
Al detenerse en el mesón de Cardona para desayunar, una señora lo reconoció como Sacerdote, se acercó y le preguntó: “¿Es usted padrecito, para que case a mi hija?”. El Padre Miguel respondió: “Sí, lo soy”. Esto bastó para que unos agraristas armados, que escucharon la conversación los tomaran presos, trasladándolos a pie y amarrados, a la jefatura de operaciones militares de Colima. Durante el trayecto escapó el Padre Crispín, a quien no identificaron como Sacerdote; pensaron que era algún mozo y al entrar a la ciudad se desentendieron de él.
Poco antes del mediodía llegaron a Colima. Escoltado por dos agraristas y vestido de ranchero, entró el Padre Miguel por las calles de Colima, acompañado de su hermano. Al enterarse del asunto, el General Flores ordenó la ejecución inmediata de los hermanos De la Mora, por lo que fueron trasladados al Cuartel Militar Callista, ubicado donde hoy se encuentra la Escuela Primaria Tipo República Argentina, en el corazón de la Ciudad de Colima.
Al lugar llegó el General Flores furioso porque se sentía burlado por la huida del Padre Miguel, le dijo: “Ahorita se lo va a llevar la tiznada; lo vamos a fusilar”. Lo condujeron a las caballerizas del cuartel, y sin formalismo militar alguno, le ordenaron que caminara hacia la pared. Algunos testigos narraron que el Padre caminó en silencio sobre el estiércol de los animales, hasta donde le indicaron y como proclamación de su fe y de su amor a María Santísima sacó un Rosario, y sin miramientos fue asesinado mientras rezaba, frente a los ojos de su hermano Regino. El Capitán encargado de la escolta se acercó y le dio el tiro de gracia. Era ya el mediodía del domingo 7 de agosto de 1927. Una parbada de aves salió volando de los árboles.
Todavía viven en Colima, personas que aseguran haber escuchado aquellos disparos. El Padre Miguel tenía 53 años de edad cuando fue asesinado. A su hermano lo tuvieron preso tres días y luego lo dejaron en libertad. Salvó su vida tras alegar que él no era Sacerdote.
Se cuenta que, el mismo General Flores se presentó a la casa del Padre Miguel y le dijo a su hermana María: “Acabo de fusilar a tu hermano, mandé a recoger el cuerpo”. Y el General entró a la habitación del Padre para saquearla. Como los familiares no consiguieron permiso de velar su cuerpo, lo colocaron directamente en una caja y lo llevaron al Cementerio Municipal, donde fue sepultado en una fosa común. El cuerpo fue trasladado en un carretón jalado por caballos. Detrás iba un pelotón de soldados vigilando.
Después de muerto, su cuerpo recibió más ultrajes; pues, días póstumos, el General Flores mandó a un grupo de soldados por la noche al cementerio a exhumar el cadáver, con la idea de que el Padre podría llevar en su ropa dinero y joyas, ya que lo habían tomado prisionero huyendo de la ciudad. Sacaron el cadáver y lo registraron. Si obtuvieron o no lo que buscaban, se desconoce, lo cierto es que de golpe arrojaron nuevamente el cadáver a la fosa; para después aventar la caja sobre él y lo cubrieron de tierra. Dos años después, una comisión especial exhumó los restos del Padre Miguel y fueron trasladados a una cripta llamada ‘Capilla de los Mártires’, en la Catedral Basílica Menor de Colima, donde descansan actualmente sus restos “en espera de su resurrección final”.
El Padre Miguel De la Mora fue el primer Sacerdote de la Diócesis de Colima que sufrió el Martirio Glorioso. Fue beatificado el 22 de noviembre de 1992 y canonizado en Roma el 21 de mayo del 2000, por el Papa Juan Pablo II.
Quienes conocieron al Padre Miguel, lo describen como un hombre sencillo, discreto, sincero y de carácter tranquilo. Mantuvo buenas y estrechas relaciones con sus familiares. La puntualidad fue una de sus cualidades. En su casa no había lujos. Se dice que todo era austero, y la gente entraba con libertad y confianza.
Iba frecuentemente a los ranchos para auxiliar espiritualmente a enfermos, aunque el viaje fuese largo y cansado. Sus hermanos Sacerdotes lo buscaban para confesarse y pedir su consejo. Los trabajadores que dependían de él, contaban que les pagaba con justicia y les proporcionaba lo que necesitaban.
El Presbítero se mostraba como un ser humano lleno de amor y dedicado a la oración. Como Sacerdote, se distinguió por ser caritativo, respetuoso y amable. Era buena persona con toda la gente y a veces ayudaba a los necesitados con dinero.
Se distinguió por ser un hombre con una vida fiel y sencilla en las cosas pequeñas como condición para ser fiel en las cosas grandes. No buscó ni ocupó altos cargos eclesiásticos, sin embargo, hoy es el miembro más encumbrado de la Iglesia de toda la región, y el mejor alumno del Seminario de Colima.
Sin duda, su tumba y sus restos, son un auténtico tesoro histórico resguardado en Colima. El 7 de agosto es el día dedicado a San Miguel De la Mora, pero todos los días 7 de cada mes, se exhiben en la Catedral, parte de sus restos en una urna con la leyenda: Reliquias del Beato Miguel De La Mora, Sacerdote y Mártir.
Hoy en día, no hay permisos para acceder a las catacumbas. En la imagen se muestra taladrada su cripta ya que, cuando fue elevado a los altares, la Santa Sede del Vaticano pidió pruebas de su existencia física y parte de sus despojos fueron traslados a Roma para su estudio, mientras que otra parte de sus restos mortuorios continúan en la Catedral de Colima.
Fue una verdadera sorpresa haber encontrado y fotografiado este sitio sagrado.
Para esta investigación, la cual realicé con mucho respeto, recurrí a cuatro fuentes bibliográficas: El Vaticano, Mártires Mexicanos, Seminario Diocesano de Colima y un texto realizado por el Pbro. Guillermo Contreras Castellanos, así como una visita a las oficinas de Catedral, para conocer más sobre el primer y único Santo colimense: San Miguel De la Mora.