La muerte en Venezuela sobre ataúdes de cartón

Los venezolanos pasan trabajo para resolver la vida diaria, pero también para sobrellevar la muerte. El alto costo y la escasez de materiales complican la adquisición de ataúdes, por lo que se están fabricando de tablones baratos y hasta de cartón.

 

Muchos dolientes hacen malabares frente a los gastos de un funeral: se prefiere la cremación a la sepultura para no pagar fosa en el cementerio, el velorio se ha reducido de 24 a ocho, cuatro o dos horas, algunos contratan sólo el “servicio directo” al crematorio o al panteón y hay quienes alquilan los féretros únicamente para la vela.

 

Hace un mes murió el hermano de Miriam Navarro, una humilde ama de casa de 66 años. “Me sentí desplomada. No tenía el rialero (dineral) que pedía la funeraria. Si no hubiera sido por la comunidad, lo hubiera tenido que enterrar en el patio”, dice a AFP en su casa a medio terminar en un barrio de Maracay, 105 km al suroeste de Caracas.

 

Con lo que recolectaron sus vecinos, Miriam compró uno de los ataúdes que fabrica, a pocas calles de su vivienda, el carpintero Ronald Martínez con cartón piedra y MDF, un material comprimido de aserrín y resina mucho más barato que la madera.

 

Ante estas dificultades del último adiós, Elio Angulo, un emprendedor de Barquisimeto, apuesta por el “biocofre”, una urna de cartón corrugado, 70% de producto reciclado, que diseñó con un socio y pronto sacará a la venta.

 

“Tiene los dos ecos: ecológico y económico. Es para la cremación, pero también puede usarse en inhumación. Nuestra propuesta trae soluciones en un país en crisis”, declara a AFP Angulo, quien dice tener solicitudes de varias ciudades, y también de Colombia y Ecuador.

 

En un país donde el ingreso mínimo mensual es de 33.000 bolívares (50 dólares a la tasa oficial más alta), los costos de los servicios funerarios preocupan a una población asfixiada por la escasez de alimentos y la inflación más alta del mundo (oficialmente 180,9% en 2015, proyectada a 720% para 2016 por el FMI).

 

¡Morirse empobrece!

 

Martínez montó su funeraria hace cinco años, pero hace dos debió ponerse a fabricar los féretros porque “no se conseguían” ante la falta de metal para elaborar los de latón, los más usados en Venezuela ante el alto costo de la madera.

 

Empezaba a recrudecer la crisis que el presidente Nicolás Maduro atribuye a una “guerra económica” de empresarios y al desplome de los precios del petróleo, que provocó una estrepitosa caída de las importaciones y la producción.

 

Unas 30 fábricas de urnas del país requieren 450 toneladas de latón mensualmente, pero el suministro de la estatizada Industria Siderúrgica ha sido irregular.

 

“Un mes sólo entregó 60 toneladas. Hemos tenido que recurrir a mercados secundarios y eso encarece los costos”, según Juan Carlos Fernández, directivo de la Cámara Nacional de Empresas Funerarias.

 

Recostado en un ataúd aún sin pintar, Martínez, de 40 años, recuerda, en medio del trajín de su taller, que hace cinco años una urna valía 720 bolívares, lo que hoy cuesta una barra de pan.

 

“Un servicio funerario costaba 4.500 bolívares, y ahora el más económico 280.000, pero puede llegar a 400.000 y 600.000. Es más caro morirse que estar vivo”, manifiesta.

 

Una caja de latón cuesta entre 85.000 y 120.000 bolívares, una de MDF o cartón piedra de 55.000 a 80.000. “Este es más económico y nadie se entera que no es de madera o es de segunda, porque cambio lo de adentro y a veces lo vuelvo a pintar”, dice Martínez, quien cobra unos 25.000 bolívares por el alquiler.

 

Angulo estima que rentar las urnas violenta normas higiénicas y defiende que los biocofres -para cumplirlas- se meterán en un sarcófago que prestará a las funerarias. “Nuestro ataúd de cartón costará unos 50.000 bolívares y aguanta 125 kilos, resiste más que los de MDF”, precisa.

 

“Ahorita morirse empobrece mucho. El biocofre es económico y accesible a los venezolanos que hoy no tienen dinero para enfrentar ese momento”, asegura.

 

Angulo cuenta que algunos cuerpos “los llevan en bolsa” a los crematorios, y Martínez que hay difuntos que deben esperar horas mientras la familia recolecta dinero, como le ocurrió a Miriam.

 

Entre sollozos, ella recuerda que también pasó dificultades cuando hace seis años le mataron un hijo de 15 tiros, sin que “hasta el sol de hoy” sepa por qué.

 

“Tampoco tenía con qué enterrarlo. Si en la funeraria te fían, enseguida debes de tener los riales (dinero) para pagar porque son capaces de sacar al muerto y llevarse el cajón”, ilustra la mujer.