Por Teodoro Rentería Arróyave
Cualquier país con un mínimo de dignidad que conociera del fraude cometido por su presidente para acceder al poder, simplemente lo sacaría a patadas. El escándalo en Estados Unidos después de que se entregaron al FBI sus jefes de campaña electoral como presuntos coludidos con Rusia para afectar las elecciones en favor de su jefe el ahora huésped de la Casa Blanca, Donald Trump, simplemente es inadmisible.
La mañana de este lunes, nos despertamos con la noticia de que se habían entregado a la FBI el exjefe de la campaña Paul Manafort y su socio comercial Rick Gates quienes han sido acusados de conspiración contra Estados Unidos, lavado de dinero y declaraciones falsas.
Después aumentó el escándalo que ha colapsado la institucionalidad y la validez del gobierno trumpista, como consecuencia de las declaraciones del asesor de la campaña electoral de Donald, quien ha aceptado que se reunió con funcionarios rusos en Londres en marzo de 2016 para acordar reuniones entre ambas partes y obtener datos “sucios” sobre Hillary Clinton, según documentos legales revelados este lunes.
El Donald apenas pudo a twitear que lo sentía mucho pero que todo eso había ocurrido antes de la campaña. Claro así la prepararon puesto que estos personajes ahora detenidos e investigados continuaron en la campaña del magnate republicano.
A todo lo anterior hay que agregar las declaraciones de otra “fichita”, George Papadopoulos, el asesor de política exterior de la campaña, quien reveló que tuvo reuniones con una mujer que creía era sobrina del presidente Vladimir Putin, así como con el embajador ruso en Londres en marzo del año pasado. Luego, dijo a otros integrantes de la campaña que había acordado con ellos coordinar encuentros con Trump y sus asesores.
Un mes después, reportó que su contacto ruso, un “profesor” del que no se proporciona nombre, le había ofrecido datos “sucios” sobre Hillary Clinton, la rival demócrata de Trump en la carrera presidencial, incluidos “miles de correos electrónicos”, según los textos.
Los documentos son parte de una declaración de culpabilidad de Papadopoulos en la que admite haber mentido a investigadores sobre una posible colusión entre la campaña de Trump y la interferencia rusa en la elección.
Papadopoulos, quien residía en Londres, fue informado por un supervisor de la campaña en marzo que uno de los focos en política exterior de Trump sería mejorar las relaciones con Rusia.
Para mayo y junio de 2016, Papadopoulos había sostenido varias reuniones con los contactos rusos y enviado un correo a uno de los principales encargados de la campaña presionando por una reunión entre los rusos y el propio Trump.
Luego de que Trump fuera designado candidato republicano, Papadopoulos también discutió en correos una posible reunión extraoficial entre miembros de la campaña e integrantes del entorno de Putin.
La información proporcionada concluye que la acusación contra Papadopoulos es la más fuerte evidencia de la posible colusión entre Rusia y la campaña de Trump para favorecer su elección.
Todas estas revelaciones son parte de las investigaciones del fiscal especial, Robert Mueller. Para qué seguir, aunque el escándalo va a dar para más, por lo pronto es de insistirse que un país que se respete, ante estas evidencias, ya hubiera sacado del poder al presidente trumpista, mejor dicho, tramposo.