Hoy concluimos con la tercera parte de esta trilogía de reflexiones, centrándonos ahora en uno de los conceptos más complejos, controvertidos y conflictivos. Por ello, considero importante advertir que las siguientes líneas no tienen como objetivo cuestionar ni invalidar ningún dogma ni credo; sin embargo, las ideas aquí planteadas podrían, en algún momento, entrar en tensión con sistemas de creencias religiosas establecidas. Si no deseas ir más allá, este texto probablemente no sea para ti, y te sugiero que detengas aquí la lectura. Pero si, por el contrario, eres un buscador, quizás estos párrafos te den algunas pistas para continuar tu camino.
“Dentro de nuestra limitada percepción, hemos hecho a Dios a nuestra imagen y semejanza.”
Para intentar comprender el concepto de Dios, debemos partir de un acto de sincera humildad: reconocer los límites de nuestro pensamiento humano. Nuestra lógica y nuestro razonamiento jamás podrán abarcar ni comprender plenamente a DIOS. Solo podemos aproximarnos ligeramente y obtener pequeñas nociones. Esto es fundamental, porque nunca tendremos verdades absolutas sobre este misterio; únicamente vislumbres.
Esto me recuerda una enseñanza del Maestro: “Buscar entender a Dios con el intelecto es como querer meter el océano en una cubeta: solo podrás verter una mínima cantidad de agua, la cual tomará la forma del recipiente que la contenga; sin embargo, esa agua no es el océano, ni tiene la forma del océano, y aun así, esa agua viene del océano y forma parte de él.”
Este acto de sincera humildad no es cómodo para nuestro razonamiento, no le gusta a nuestro ego, que cree tener el control de la vida y las circunstancias. La búsqueda de Dios ha perdido su atractivo en una sociedad inundada por el culto a la personalidad, la posesión y el poder. En un mundo donde el “yo” se ha convertido en protagonista absoluto, corremos el riesgo de alimentar un ego que ya no busca sentido, sino validación. Las redes sociales, la cultura del consumo, la obsesión por la imagen y el éxito individual refuerzan esta dinámica. Nos enseñan, muchas veces sin decirlo, que nuestro valor depende de cuántos nos ven, nos admiran, nos siguen.
Y cuando el ego ocupa el trono, el alma se queda sin altar. No porque esté mal querernos o reconocernos, sino porque olvidamos algo más grande: la comunidad, el misterio, el silencio, aquello que no se puede controlar ni monetizar.
Dios no es algo que esté fuera ni lejos de ti… sin embargo, solo mostrará la forma que tu conciencia quiera darle y tendrás solo la “verdad” que estás preparado para recibir.
Con afecto
Servir para Trascender
Miguel Vladimir Rodriguez Aguirre