Teotihuacán era colorida, pero en sus murales prevalecía el rojo, asociado a la sangre, la vida, la fertilidad y al renacimiento del sol. Análisis no invasivos realizados a la pintura mural de diversos espacios del complejo arquitectónico de Quetzalpapálotl, revelaron que el cinabrio y la hematita fueron utilizados para lograr tonalidades rojizas en las decoraciones tempranas de la urbe, entre los años 200 y 350 d.C.
Se trata de la primera vez que se confirma el uso del cinabrio, un sulfuro de mercurio, aplicado directamente en la pintura mural temprana, ya que solo se había identificado en fragmentos sueltos datados en las últimas etapas del desarrollo estilístico y tecnológico de la metrópoli, entre 350 y 550 d.C., informa la investigadora del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), Denisse Argote Espino.
La especialista es parte de un equipo interdisciplinario del INAH que, en colaboración con expertos del Centro de Física Aplicada y Tecnología Avanzada (CFATA) y del Instituto de Geología, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), ha aportado su grano de arena al estudio de la policromía en la gran ciudad del periodo Clásico mesoamericano, brindando una perspectiva distinta a la luz de nuevos datos.
Además de la presencia de cinabrio y hematita en murales teotihuacanos, los expertos también detectaron el uso del yeso en los estucos, material que no había sido reportado, como dieron a conocer en un artículo recién publicado en la Journal of Archaeological Science: Reports, especializada en la divulgación de técnicas y metodologías científicas aplicadas a la arqueología.
Al respecto, los autores señalan que el estudio de la pintura mural tiene mucho que aportar en este milenio, gracias al desarrollo de técnicas que no alteran su estado de conservación, entre ellas la espectrometría de fluorescencia de rayos X, la cual utilizaron en su modalidad portátil (pXRF). Este instrumento permitió realizar un análisis rápido in situ, sin necesidad de extraer una muestra de la pared.
Posteriormente, para validar los resultados de los análisis pXRF, se aplicaron microscopía electrónica de barrido equipada con un espectrómetro de dispersión de energía (SEM-EDS) y espectroscopía Raman para el examen de pequeñas muestras extraídas de tres complejos arquitectónicos investigados.
El estudio se enfocó en las pinturas murales más representativas de cuatro espacios del Complejo de Quezalpapálotl, conjunto arquitectónico ubicado al suroeste de la Plaza de la Luna, donde se pueden encontrar estructuras de fases temprana y tardía. Dichos espacios son el Palacio homónimo (Quetzalpapálotl), el Patio de los Jaguares, el Templo de los Caracoles Emplumados y el Complejo Sur.
“Elegimos estas secciones porque todas contienen tonos rojos medios y claros en su composición pictórica. Solo unos pocos incluían tonos de rojo anaranjado, como el marco de una puerta de la Subestructura de los Caracoles Emplumados y una pared monocromática del Complejo Sur”, indican los integrantes del equipo de investigación: Denisse Argote, Gloria Torres, Genoveva Hernández-Padrón, Verónica Ortega, Pedro A. López-García y Víctor M. Castaño.
El pXRF detectó la presencia de cinabrio y hematita en pinturas murales, así como yeso en la composición de los estucos y enlucidos; mientras que la técnica SEM-EDS y la espectroscopía Raman corroboraron la existencia de estos minerales.
En el conjunto arquitectónico, se reveló cinabrio en el Templo de los Caracoles Emplumados: en las representaciones de flores de cuatro pétalos y el cuerpo de las conchas marinas, así como bajo los pigmentos azules de las plumas del quetzal plasmados en el Palacio de Quetzalpapálotl, en el patio central. El resto de los casos mostraron la aplicación de óxidos de hierro como la hematita, en diferentes tonos.
“Así, a través de la técnica pXRF, pudimos verificar la presencia de cinabrio y hematita en las pinturas murales de Teotihuacan, desde la segunda etapa técnica. El Templo de los Caracoles Emplumados data de la fase Tlamimilolpa Temprano (200-250 d.C.), mientras que el Palacio de Quetzalpapálotl es contemporáneo a la fase Xolalpan Temprano (alrededor de 350 d.C.)”.
La aplicación del cinabrio en la arquitectura de los primeros periodos dentro de este contexto ceremonial —agregan— “se diseñó, probablemente, para representar rituales, consolidar su estructura religiosa y consagrar los espacios y las personas que los ocupaban”.
Como señalan las investigadoras, adscritas a la Dirección de Estudios Arqueológicos, a la Zona Arqueológica de Teotihuacan y al Posgrado de Arqueología de la ENAH, a diferencia de la hematita, solo unas pocas ubicaciones de depósitos de mercurio contienen cinabrio cristalizado o abundante.
La escasez y la ausencia de cinabrio requirió que fuera importado al Altiplano Central de otras áreas (probablemente de la Sierra Gorda queretana o de las áreas de Guerrero o Michoacán). De ahí que fuera uno de los pigmentos más caros y simbólicos de la paleta prehispánica, lo cual explica por qué su uso se limitó a elementos decorativos específicos y se relacionó con las jerarquías sociales superiores, como las que residían en el complejo de Quetzalpapálotl.
“Este mineral también era un símbolo de riqueza, poder y propiedades mágicas relacionadas con los dioses del inframundo. La alta estima del cinabrio no solo radica en su rareza, sino también en las particularidades químicas del pigmento, puesto que el comportamiento del color es similar al de la sangre, lo que le otorga una conexión especial”.
Lo anterior podría justificar que se usara en elementos de fuerte carga simbólica, como las representaciones de las conchas marinas y las flores de cuatro pétalos (que aluden al cosmos, al origen de la vida y al inframundo acuoso) en el Templo de los Caracoles Emplumados, así como en los perfiles del quetzal pintado en el Palacio de Quetzalpapálotl que, si bien hace referencia a la vida, al agua y a la fertilidad (asociado con su color verde), también podría ser emblema de un linaje dominante de Teotihuacan.
En el marco de la campaña “Contigo en la Distancia”, de la Secretaría de Cultura, la doctora Denisse Argote detalla que para la utilización de cinabrio sobre estucos a base de cal, se aplicó una capa anterior de hematita con técnica de fresco y encima se colocó el cinabrio en polvo y un aglutinante para una mejor adhesión. La capa subyacente de hematita evitó que el sulfuro de mercurio perdiera su intensidad de color al mezclarse con el estuco húmedo a base de calcio.
“En el caso del Templo de las Conchas Marinas Emplumadas, ese tratamiento no fue necesario, los pigmentos se aplicaron directamente sobre los bloques basálticos del pilar y la fachada”.
El uso del yeso, otro logro tecnológico
Otro logro tecnológico está representado por el uso de yeso en la producción de estuco que, en el caso de Teotihuacan, no había sido reportada. Para esta investigación, la técnica pXRF se probó para el uso de soportes a base de cal y yeso, concretamente en la Plataforma de los Círculos Rojos (contemporánea del Templo de los Caracoles Emplumados) y en el Palacio de Quetzalpapálotl.
Análisis adicionales con instrumentos espectroscópicos SEM-EDS y Raman corroboran la identificación positiva de yeso como parte de las bases.
Dado que es un material menos resistente, es probable que este sulfato de calcio se utilizara en murales con pinturas y decoraciones más finas y menos expuestas al ambiente. El hecho que se detectará en concentraciones más grandes en las etapas posteriores de la pintura mural teotihuacana, “nos dice acerca de un cambio en la tecnología de producción de estuco, un tema que debe ser estudiado con más detalle en futuras investigaciones”, concluye el equipo de especialistas.