A un año del hallazgo arqueológico en el jardín San Francisco de Almoloyan

Ha pasado un año desde el hallazgo arqueológico que presenció el fotógrafo Rafael Cruz en el jardín de San Francisco de Almoloyan, el texto que leeran a continuación fue publicado previamente en sus redes sociales.
Texto y fotos: Rafael Cruz | www.rafaelcruz.com.mx

“Esta semana, hace exactamente un año que presencié, acompañado por mi hijo Santiago, uno de los momentos más raros que he vivido. Tres fechas engloban este capítulo en mi vida, en San Francisco de Almoloyan; el día del hallazgo arqueológico en el jardín, el día del reporte al INAH y el día del rescate.
Hace justo una vuelta al sol, que inició una serie de extraños descubrimientos arqueológicos que he realizado en distintos municipios, que cambiarían la forma en que veo a Colima para siempre.
El primer momento fue el viernes 8 de marzo de 2019, Día Internacional de la Mujer, que registré una inusual fotografía con mi celular, de lo que parecían ser restos humanos antiguos sobresaliendo de la tierra entre las raíces de unos árboles, muy cerca de la fuente central.
Desde que me fui a vivir a Fátima con mi familia, hace ya tres años, por avenida Maclovio Herrera frente al jardín, una loma junto las escaleras, siempre me llamó la atención.
Me parecían de lo más interesantes las leyendas que se cuentan de esta zona, y vislumbraba el lugar, a través de los cambios que ha pasado hasta ahora, de su gente y sus diversas épocas.
Me remontaba a sus pasajes de árboles y ríos, de las hermosas pirámides que aquí debió de haber habido, con sus dioses nahuatls y todos sus misterios que quedaron olvidados por la historia y hoy están bajo el concreto, y hoy es totalmente otro el contexto.
La puerta de la casa da justo a las escaleras del antiguo convento, esa postal básicamente a todas horas me tocó verla, con sus coloridas festividades religiosas con su vendimia y su castillo.
Me recostaba pensando que dormía entre edificios prehispánicos, figuras de barro y piedra de impecable manufactura, túneles, tumbas y cofres quizá, todo devorado por el voraz paso del tiempo.
Ese viernes, salí de revista Polifónica como de costumbre, para ir por mi hijo a la escuela, que está muy cerca del jardín. El sol de la 1:30 de la tarde siempre fue radiante y era costumbre de nosotros hacer una escala en San Francisco para llegar por tejuino de ‘Las tinajas’ y buscar una buena sombra para charlar, antes de llegar a casa.
En esa ocasión nos sentamos a descansar junto las escaleras, en las raíces de los ficus que están -viendo de frente- a la derecha del arco y el campanario antiguo de Almoloyan, que datan del año 1554, vestigios Coloniales considerados como los antiguos del Occidente de México.
La vista desde ahí arriba es bonita y amplia. Buen viento también. Y estas características, así como lo son ahora, debieron ser importantes en el pasado también, pues aquí construyeron los españoles el primer templo cristiano de Colima.
Recuerdo que había remodelaciones en las banquetas y se miraban comúnmente vestigios cerámicos quebrados y piedras con la evidente huella del trabajo del hombre, y nuestra imaginación volaba en tratar de descifrar las historias que guardaban. La gente que interactuó con esos objetos. Lo que orilló que pusiéramos más atención en el piso. Pensábamos en los pobladores de esos días que también anduvieron por ahí hace siglos, o miles de años quizá, y hasta también tomando tejuino como nosotros. Sentíamos un profundo respeto y admiración por el jardín siempre que lo visitábamos.
El recorrido visual inició mientras platicaba con mi hijo. De pronto, apareció frente a nuestros ojos, lo que parecía un diente. Alrededor vimos que había otros dientes, muelas y más huesos que deban forma a una dentadura. Poniendo atención, se veía perfectamente la figura de un cráneo ahí en el pasto y todas las hojas secas que barrieron ese día.
Mientras estudié periodismo, realicé varios fotoreportajes sobre el trabajo en cementerios, y de alguna manera recordaba cómo lucen los huesos antiguos.
Me pareció presenciar un día que yo ya había soñado. Desde muy niño tuve cierta capacidad para encontrarme con este tipo de cosas, cuando jugaba cerca de mi casa, en las nuevas colonias que hacían en La Villa, pero no dejaba ser una extraña sensación ver un cuerpo humano ahí tendido junto nosotros, casi saliendo y casi gritando, para salir de esos siglos en el que se mantuvo en el completo olvido y anonimato, y hoy era todo protagonista en plena área conurbada Colima-Villa de Álvarez.
Santiago estaba sorprendido pero muy atento, preguntando, pero también un poco asustado, por el hecho de ver por primera vez un esqueleto de cerca. Tuvimos cuidado de no quebrar nada, de no interferir en sus elementos naturales, de no caminar por arriba o alguien más lo hiciera y ser discretos para conservar lo más que pudiéramos su entorno y no perder su localización. Sentí una gran responsabilidad cuidar ese tesoro hasta entonces desconocido.
Compartí aquella fotografía a mi esposa Ana Paula, también la envié a mi cuñada y comadre Julieta Dueñas que es odontóloga, quien me nombró algunos de los dientes que percibía. Ese día también fue bastante triste para nuestra familia, pues por la noche, después de algunas semanas enferma, mi hermosa suegra María del Carmen, se fue al cielo.
Nomás amaneciendo, volví al lugar para cerciorar su estado y ver que todavía estuvieran los restos intactos y tomé imágenes a detalle con una cámara fotográfica que me prestó mi amigo Miguel Alcantar. Todo estaba tal cual, pero vi a unos 25 cm aproximadamente de la dentadura, otros huesos que sobresalían del suelo, justo a la distancia que intuía deberían de estar los brazos. Protegí todo con unas ramas.
Ese mismo día temprano, notifiqué la información e imágenes del hallazgo, a mi amigo el Arq. Fernando Rodríguez, director del Museo Regional de Historia de Colima, quien igual refirió las fotos a una antropóloga física amiga suya. Confirmada la información por varias vías, me recomendó ir directamente al Centro INAH Colima y formalizar un reporte directamente con el instituto, sobre lo que habíamos encontrado.
El día 11 de marzo fui a dar aviso a la delegación del INAH en Colima, localizada en Hidalgo #182, en el Centro de Colima. Por el hallazgo en un lugar céntrico, quien me atendió me miraba y escuchaba con extrañeza, pero también con asombro, debo confesarlo. No pasaba por alto lo loco que me debí de haber visto ahí sentado diciendo estas cosas.
Hablaron entre ellos. Mostraron el material a algunas personas en otras oficinas y me pidieron hacer en ese momento, un reporte por escrito y firmado. Además, adjuntamos las fotografías que tomé. Se me pidió vigilar el sitio para que no fuera ser destruido antes de que el equipo del INAH llegara para su exploración y posterior rescate.
Se me dijo verían el tema como prioritario y se pondrían en contacto conmigo para que los llevara al punto. Pedí como petición estar presente en los trabajos de excavación, a lo cual amablemente accedieron.
Me marcaron por teléfono al día siguiente para decirme que irían el miércoles 13 de marzo, ya que debían de preparar diversos trámites y coordinarse con autoridades policiales para visitar el lugar, y una vez verificado sea de interés histórico, entra el INAH a hacerse cargo.
Fueron días muy largos para mí. Los restos óseos estaban en la superficie y sentía que cada segundo debía estar asomándome, pues estaban bastante vulnerables en la intemperie, y así lo hice a cada rato.
Llegó el día de mi cita con la historia. Me preparé un café desde temprano. Ese miércoles me citaron a las 8 de la mañana en el jardín. Estuvieron en el lugar acordado muy puntuales. Los llevé al espacio exacto del hallazgo e iniciaron a quitar ramas y hojas y poco a poco de nuevo los restos salían a la luz.
Se acordonó el área por seguridad y se hicieron presentes peritos, quienes analizaron la osamenta, mientras otros me interrogaron sobre cómo y bajo qué circunstancias había encontrado ese montón de huesos en la vía pública. Yo ya estaba hasta nervioso, pero tenía la seguridad de que fuera lo que sea, era importante lo que teníamos ahí.
Así estuvimos casi 2 horas con preguntas y ellos escribían todo con una pluma azul, hasta que por fin se nos informó que la osamenta era de índole antigua, y los científicos del INAH se hicieron cargo como institución.
El tiempo hizo su trabajo en San Francisco de Alomoyan. Por el arrastre de tierra con el paso de los años y la limpieza del jardín se perdieron algunas piezas. Este factor, explicaron, habían ayudado a su avistamiento, aunque también la iba destruyendo parcialmente.
Los aspersores de agua, la lluvia y el viento también contribuyeron a que poco a poco este entierro quedara abierto. Otro factor determinante manifestó el INAH, fueron las raíces de los árboles cercanos, pues éstas elevaron con los años los restos a la superficie. Una historia extraordinaria con acontecimientos increíbles que la sucedieron.
Con mucho cuidado redescubrían la historia con brochas y palitos de madera. Hicieron dibujos, tomaban foto de foto, registraron y midieron la escena a detalle. Fue muy interesante ver el ejercicio de esa profesión. Mi corazón latía como batería y parecía quería salirse. Eran las 11:11 de la mañana recuerdo.
Los especialistas encargados del rescate fueron, la antropóloga física Rosa María Flores Ramírez, el antropólogo físico Juan Carlos García y el arqueólogo Saúl Alcantara Salinas.
Yo estaba siendo acompañado por Josué, trabajador del instituto, a quien agradecí la disposición y compartí mi admiración hacía el INAH, pues desde niño, le he tenido un especial aprecio por la bonita labor que realizan por México.
Fui a mi casa por unas lonas para cubrir un poco del sol a las personas que estaban analizando el área. Pues recordaba que mi esposa tenía unas ahí de Paletas de La Villa.
Se pausaron los trabajos unos minutos y desayunamos ahí mismo. Estaba el tianguis del libro. En ese inter, algunas personas se acercaban y preguntaban qué se habían encontrado; alguien preguntó dónde estaba el Dios de piedra que se había extraído, algunos vecinos argumentaron habían reportaron una balacera en el jardín, pues un señor incluso aseguraba que habían escuchado disparos, lo cual nunca pasó. Preguntaron si pudo haber sido enterrada viva, debido a la posición en que estaban sus brazos y piernas, y hubo quien vio ahí una historia de amor. Otras personas sólo permanecían observando a la distancia, de pie, sobre las bancas y un par de estudiantes de secundaria, miraban todo desde las ramas de un árbol.
También se hicieron presentes los compañeros de los medios de comunicación, quienes fueron cordialmente atendidos por Julio Ignacio Martínez de la Rosa, director del INAH Colima, acompañado por los antropólogos y el arqueólogo partícipe en el rescate, quienes detallaron sus características antropomórficas. Recuerdo ese día se cayeron las redes sociales y era un relajo la comunicación por internet.
En la entrevista detallaron que lo que se encontró correspondía a los restos de una mujer de 35 a 25 años posiblemente embarazada, de 400 años de antigüedad aproximadamente, perteneciente a la época Virreinal en Colima, entre los siglos XV y XVI, o quizá posterior, de la época de la Revolución. El esqueleto fue encontrado en posición decúbito dorsal (acostado), con cierta remoción de los elementos óseos principalmente por estar tan cerca de árboles. Precisaron el entierro estaba cubierto por cal, por lo que manifestaron podría haber muerto debido a alguna epidemia.
Se le encontró en uno de sus dedos un anillo de cobre, algunos objetos metálicos a la altura de los tobillos y fragmentos cerámicos. Elementos de propiedad de la persona como también actualmente se hace.
Después de 12 horas, poco después de las 8 de la noche terminaron los trabajos. Todo se registró, empaquetó y resguardó en cajas las cuales fueron trasportadas al INAH para su posterior análisis.
El templo de San Francisco de Almoloyan es Colonial totalmente. En estos espacios siempre existía un espacio destinado para enterrar a sus muertos y muchas veces era dentro de las iglesias. Por la cercanía a la ubicación de la estructura original, se podría pensar que estábamos en el atrio.
Este rescate fue calificado como un hallazgo único en su tipo, debido a que es el primer rescate arqueológico que no pertenece a la época prehispánica del estado.
Actualmente, el templo, las ruinas del convento franciscano y el campanario antiguo son monumentos históricos que están protegidos por el Instituto Nacional de Antropología e Historia.

¡Muchas gracias, INAH!

Aunque después de todo esto, mi esposa no dejó de decirme, que se escuchaban y veían cosas extrañas en la casa.”