El siguiente artículo fue escrito y publicado en https://elpais.com/sociedad/2020-12-28/como-la-polio-dejo-de-aterrorizar-al-mundo-y-otros-momentos-en-que-la-ciencia-vencio-a-la-muerte.html
A mediados del siglo pasado, una enfermedad hacía que los padres tuvieran miedo a que sus hijos salieran de casa y que los hospitales se saturaran de pacientes a los que les fallaban los pulmones. La polio fue el terror de varias generaciones. “Los seres humanos no entendemos los números, pero si un hijo se te paraliza, el efecto psicológico es enorme”, apunta Raúl Andino, investigador de la Universidad de California que acaba de liderar la investigación de una nueva vacuna mejorada contra la polio, virus que ataca a la médula espinal y provoca parálisis parcial irreversible, sobre todo en las extremidades inferiores. Entonces no se sabía que se transmitía por restos fecales, principalmente a través del agua. Se culpaba incluso a los gatos callejeros. Todo cambió con la llegada de la vacuna de Jonas Salk (1955) y posteriormente la del también estadounidense Albert Sabin (1962).
La humanidad ya se ha enfrentado a grandes retos antes de la irrupción de la covid-19. No solo a los brotes y el miedo, sino también a la enorme tarea de poner en marcha la maquinaria científica en tiempos récord, aunque nunca tan rápido como ahora. En el año 2020, el desafío lo representa la que será la mayor campaña de vacunación de la historia y que se asienta en precedentes como el de la polio. Salk tardó siete años en encontrar la inmunización y la enfermedad aún no ha sido erradicada. Aún quedan casos cada año en Afganistán y Pakistán. La covid tiene ya dos vacunas en menos de un año y no está claro aún si desaparecerá o se quedará como virus estacional.
La polio movilizó los mayores ensayos clínicos hasta la fecha. El de Salk involucró a 1,6 millones de niños en Estados Unidos. Sabin, de ascendencia polaca, recurrió a la Unión Soviética en plena Guerra Fría para testar su vacuna oral en 10 millones de sujetos. La investigadora de la Universidad de Essex Dora Vargha, especializada en historia de la ciencia, relata en su libro Polio al otro lado del telón de acero, cómo la lucha contra esta enfermedad consiguió la colaboración entre especialistas de uno y otro lado. “En el caso de la covid, también he visto mucha colaboración, se ha eliminado la idea del gran genio encerrado en su laboratorio”, apunta Andino.
El primer año de inmunización, más de 30 millones de niños estadounidenses fueron inoculados. Lo que hizo que los casos detectados bajaran de 30.000 a 5.000 entre 1955 y 1957. Figuras públicas como Elvis Presley recibieron su dosis de forma pública para disipar las dudas de la población, igual que ahora han hecho mandatarios como el presidente electo de Estados Unidos, Joe Biden.
A la España de la dictadura, las primeras dosis no llegarían hasta 10 años después. Según la investigación de las profesoras María Isabel Porras, María José Báguena y Rosa Ballester, alrededor de 2.000 personas se infectaban cada año, el 91% eran menores de cinco años. El virólogo Rafael Nájera fue uno de los encargados de repartir el antídoto por una España en la que en ocasiones tenían que moverse en mula. La eliminación de la polio sigue siendo hoy el fin para el que la Organización Mundial de la Salud (OMS) destina más dinero de su presupuesto anual.
El fin de la viruela
La historia está salpicada de luchas del ser humano contra la muerte. La viruela acabó con la vida de príncipes y plebeyos, hasta que en 1980 la OMS declaró que la humanidad había erradicado por primera vez una enfermedad infecciosa, que provocaba horribles deformaciones y cuya letalidad podía alcanzar el 60%. El científico Edward Jenner descubrió en 1796 la vacuna al inocular en seres humanos una dosis del virus extraído de las vacas. José Vicente Tuells, profesor de la Universidad de Alicante y experto en vacunología, explica: “Desde el mismo día que Jenner publicó su libro, empezaron los bulos. Como el origen de la vacuna estaba en las ubres de las vacas, decían que quería minotaurizar a la sociedad”, apunta.
La logística de la vacuna de la covid-19 exige supercongeladores, un ejército de sanitarios preparados e infraestructuras. Pero no va a ser, ni de lejos, el reto más complejo de la historia para llevar una vacuna a los que la necesitan. En 1803, el médico Francisco Javier Balmis partió de A Coruña con 22 huérfanos en la que se considera la primera gran expedición médica de la historia. El método que el doctor halló para que el antídoto contra la viruela llegara al otro lado del océano fue inocular el virus a lo largo de todo el trayecto a los pequeños de dos en dos. De este modo, el doctor pudo extraer líquido de las pústulas frescas para empezar a inmunizar cuando alcanzaron su primer destino: Venezuela. Después, siguió por México y llegó hasta China, previo paso por Filipinas. Todo el trayecto acompañado con niños portadores del remedio en su interior. “Con la eliminación, cerramos el ciclo. La viruela se propagó por el mundo a velocidad de dromedario, el coronavirus lo ha hecho a velocidad de avión”, comenta Tuells, que ha pasado madrugadas enteras recopilando información sobre la vida de Balmis.
Tuells habla de cómo los grandes avances cada vez se producen en un periodo más breve: “Jenner comunica sus hallazgos en un libro; Salk, en una rueda de prensa un año después de su ensayo clínico. Los avances de la covid se han comunicado en directo mediante notas de prensa de las farmacéuticas”.
La historia también está plagada de hazañas que han llegado solo para unos pocos. Algo que también muchos temen que pase con la vacuna de la covid. Los primeros países en inyectar las dosis de Pfizer y Moderna han sido el Reino Unido y Estados Unidos, pero aquellos con menos recursos tal vez no reciban dosis hasta 2022. La malaria es una enfermedad del pasado en el mundo desarrollado, pero sigue en el presente en los países más pobres. “En los años cincuenta hubo un primer intento de erradicación por parte de la OMS del que quedaron fueran muchos países. Después hubo un periodo en que cada país tuvo que espabilarse como podía para acabar con ella”, señala Quique Bassat, pediatra e investigador del Instituto de Salud Global de Barcelona. Ya en la primera década de los años 2000, la OMS retomó una estrategia mundial para aplastar el paludismo. Este plan contribuyó a que en 15 años el número de muertes por esta enfermedad se redujera un 60%. Pero la falta de financiación y voluntad política aleja el objetivo —que en algún momento pareció tan cercano— de que esta enfermedad desaparezca.
Italia, que a finales de los años cuarenta registraba 20.000 casos al año de paludismo, asumió como una tarea estatal la producción y venta de antimaláricos, que se adquirían en los estancos o incluso mezclados con chocolate. El Gobierno también mapeó el país en busca de las larvas de los mosquitos que transmitían la enfermedad y creó enormes brigadas armadas con insecticida para aplastar a los insectos portadores. El último contagio autóctono se produjo en 1965 y el año 1971 la OMS declaró a Italia libre de malaria.
Las guerras han ido de la mano casi siempre de grandes avances científicos. Durante los conflictos del siglo XX todos los Gobiernos con posibilidades pusieron en marcha planes para combatir la malaria. De ellos salieron centenares de investigaciones y nuevos medicamentos. La Segunda Guerra Mundial también contribuyó a la fabricación en grandes cantidades de la penicilina. “Como en el caso de la covid, también surgió de una colaboración público-privada. La penicilina la descubrió Fleming en la universidad, pero fue Pfizer la que creó grandes contenedores para producirla en masa en Estados Unidos”, detalla Rafael Camarillo, de la Universidad de Castilla-La Mancha.
En seis meses, Pfizer puso en marcha 14 contenedores de 28.500 litros de capacidad. Para la fecha del desembarco de Normandía, el 6 de junio de 1944, los aliados disponían de 2,3 millones de dosis de antibiótico. “Al principio, solo tenían acceso los soldados y los pudientes, e incluso había contrabando. En los siguientes cinco años, la producción se multiplicó por diez y el consumo ya se pudo abrir al mercado”, detalla Camarillo. La penicilina constituyó una auténtica arma de guerra secreta.