En 1521 no sucumbió solamente México-Tenochtitlan, sino todo un imperio, el mexica, heredero de la milenaria tradición mesoamericana, cuyos saberes fueron arrancados de raíz con la destrucción de sus templos; para comprender cómo sucedió esto, es necesario ahondar en los procesos políticos, una línea de estudio soslayada en las últimas décadas de las posiciones teóricas, señalaron investigadores del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) y de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Al participar en el conversatorio virtual “La formación mexica al momento del arribo de Hernán Cortés”, el tercero del II Coloquio de la Visión Antropológica de la Conquista del Cemanáhuac, el etnohistoriador del INAH, Eduardo Corona Sánchez, y las doctoras Raquel Urroz Kanan y Johanna Broda, de la UNAM, anotaron que el imperio es una de esas unidades políticas mayores en las que no se ha profundizado lo suficiente en los estudios sobre esta antigua cultura, como sí lo son el altépetl (cerro de los mantenimientos), el señorío o la ciudad-Estado.
En la transmisión efectuada por el canal de INAH TV en YouTube, en el marco de la campaña “Contigo en la Distancia”, de la Secretaría de Cultura, la experta del Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, Johanna Broda, hizo referencia al libro editado por la Universidad de Cambridge, en 2018: The archaeology of Imperial Landscapes: A Comparative Study of the Empires in the Ancient Near East and Mediterranean World.
Aunque los casos que manejan sus autores, los holandeses Bleda S. Düring y Tesse D. Stek, están alejados del tiempo y el espacio de la civilización mexica, Broda destacó que varias de las caracterizaciones que sostienen sobre los imperios premodernos, le son aplicables. Una de ellas, es que las élites locales fueron cooptadas a seguir los intereses de los imperios y el provecho propio, distanciándose de sus sociedades.
Otra —continuó—, fue la de reemplazar poblaciones locales con grupos de colonizadores productivos que le debían lealtad al imperio, esto mediante una combinación de genocidio, deportación, colonización y el desarrollo planeado de regiones y paisajes que tenían poco desarrollo agrícola previo.
Asimismo, los autores diferencian entre imperios territoriales (que dominan una extensión homogénea) y hegemónicos. En estos últimos —entre los que podría ubicarse al Estado mexica—, las entidades locales permanecen intactas, pero se sujetan a los intereses imperiales pagando tributo; se encuentran sujetas a la dependencia económica y a crecientes presiones de las políticas defensivas y ofensivas del imperio.
En opinión de Broda, lo anterior explica la división y el resentimiento existentes en muchas de las regiones conquistadas por los mexicas, y la manera en que esta circunstancia fue aprovechada por los invasores españoles, quienes —luego de 700 años por la reconquista de la península, en manos de los árabes— ya sabían de la importancia de dividir a los enemigos para ganar terreno.
Al respecto, la investigadora del Instituto de Geografía de la UNAM, Raquel Urroz Kanan, expresó que el imperio mexica innovó el uso de las rutas comerciales en Mesoamérica de un extremo a otro de los litorales del Atlántico y el Pacífico, y de la Huasteca al Soconusco, porque le añadió el factor militar. Esto con fines económicos, pero también diplomáticos.
“Más allá de todos los mercados locales que hubiera en Mesoamérica, de todas las cabeceras regionales e, incluso, de las provincias tributarias que aparecen en el sistema de recaudación del Estado mexica, podemos hablar de presencia, relaciones y estrategias imperiales en las fronteras. Desde la capital, Tenochtitlan, se enviaban funcionarios de rango noble a guarniciones, ya fuera para colonizar o para encabezar puestos militares.
“Asimismo, estos puestos le servían para esquivar áreas enemigas. De acuerdo con el investigador Pedro Carrasco, alrededor de la órbita Tlaxcala-Huexotzingo-Cholula se han consignado una decena de guarniciones militares que apoyaban al ejército mexica, a fin de rodear dicha confederación y continuar así la ruta hacia sus mercados ubicados en los litorales; lo mismo pasaba en Oaxaca, donde se rodeaban los territorios mixtecos para avanzar hacia Istmo y tierras más lejanas como el Soconusco”.
Johanna Broda y Eduardo Corona coincidieron en que a lo largo de Mesoamérica, el poder político mostraba un estrecho vínculo con la guerra y la religión. Esta violencia ritualizada formaba parte integral de estas sociedades, en particular de la mexica, la cual tenía que implementar ese universo para efectuar y justificar sus acciones.
El carácter político y a la vez defensivo de su arquitectura, también lo manifestaba; “el que en sus templos residieran deidades bélicas como Huitzilopochtli, implicaba el manejo de una alternativa económica, donde el militarismo era la base de su reproducción ampliada en términos de sustento agrícola, división del trabajo y organización política. Los edificios mismos son manifestación de esta ideología y cosmogonía”, señaló el investigador del INAH.
Asimismo, Eduardo Corona hizo hincapié en que los mexicas necesitaron menos de dos generaciones para someter casi toda Mesoamérica, lo cual fue posible gracias a un manejo político que implicaba tres aspectos básicos de la invasión militar: la imposición de su visión del mundo, el establecimiento de consanguineidad con los señoríos y relaciones de colonización.
Al igual que Johanna Broda, el etnohistoriador insistió en que la conquista española no destruyó un imperio, sino una cultura. Al asolar los templos, que eran centros políticos y del saber —ya que ahí residían los sacerdotes especializados y los arquitectos—, se eliminó a las élites del centro de México.
“Si bien podemos hablar de cronistas de origen noble como Chimalpahin, Tezozómoc o Fernando de Alva Ixtlilxóchitl, ellos estaban tratando de integrarse en la sociedad colonial; los que sobrevivieron fueron los campesinos, integrados a esa nueva ciudad virreinal como un sector subalterno, perseguido y mermado por las epidemias”, concluyeron.