La mejor manera de controlar las hierbas conocidas como malezas en los cultivos es la acción oportuna y constante, apoyada en técnicas de agroecología y no con herbicidas o químicos, con el fin de evitar la degradación de la tierra y la reducción de la biodiversidad natural, afirmó José Alfredo Domínguez Valenzuela, investigador de la Universidad Autónoma Chapingo.
Durante su participación en la conferencia “El manejo agroecológico de arvenses”, el experto destacó que al ser los arvenses o malezas muy competitivos, dificultan el crecimiento de otras plantas. De ahí que su control deba llevarse a cabo desde que son plántulas para evitar su diseminación, porque al crecer son capaces de generar hasta un millón 800 mil semillas en un milímetro de espacio, y algunas como la verdolaga común alcanzan una longevidad de 8 a 400 años, o más.
EL académico de la UACH aclaró que ante la competitividad de la maleza, su control debe ser persistente y con sistemas amigables como los empleados en la agroecología, ya que un año de semillas no controladas implica tener que trabajar intensamente durante siete años en el deshierbe de un terreno para lograr un nivel controlable de arvenses.
Por otra parte, explicó, el uso de herbicidas y otros químicos favorece la erosión y contaminación de suelos y agua, además de reducir la diversidad florística y de fauna.
Alicia Mastretta-Yanes, bióloga por la Universidad Nacional Autónoma de México y catedrática del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología asignada a la Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad, habló a su vez de la diversidad genética de las especies domesticadas como base de la resiliencia de los agroecosistemas, particularmente el maíz.
Explicó que la resiliencia evolutiva es la habilidad de las poblaciones biológicas de persistir en su estado actual o adaptarse a condiciones cambiantes. En este caso, indicó, los sistemas informales de semillas son los que generan y mantienen la diversidad genética del maíz nativo.
La investigadora refirió que las y los campesinos guardan parte de las semillas de una cosecha para utilizarlas en el siguiente ciclo y van haciendo una selección de acuerdo a las condiciones de la tierra y los diferentes usos que les dan. La agricultura campesina combina en un solo sistema tres factores que afectan positivamente la evolución adaptativa: tamaño efectivo de la población grande, alta diversidad genética y variación ambiental, precisó.
Dijo que aunque en México se puedan definir alrededor de 60 razas de maíz por sus características genotípicas, a nivel genético puede haber miles de variedades locales.
Caso contrario, añadió, se observa en los sistemas formales de semillas, las cuales se producen en centros de investigación y se enfocan a maximizar el rendimiento (maíz híbrido y transgénico). La diversidad genética es muy pequeña y la selección de plantas es menos competitiva, lo que obliga al monocultivo y al uso de agroquímicos.
Con datos de 2010 del Servicio de Información Agroalimentaria y Pesquera, el Programa para el Campo y el Censo del Instituto Nacional de Geografía y Estadística, Mastretta-Yanes documenta que las y los campesinos de México producen suficiente maíz para alimentar potencialmente a cerca de 54.7 millones de personas, tomando en consideración una producción campesina de 3 millones de toneladas de maíz en 4.6 millones de hectáreas.
Al disertar sobre sobre Microbiología del suelo y su papel en la resiliencia en los agroecosistemas, Marina Sánchez de Prager, profesora de la Universidad Nacional de Colombia, señaló que el agua, el ambiente y los organismos son una sinfonía que se interpreta abajo-arriba-abajo, en un devenir propio de los ecosistemas y agroecosistemas.
Dijo que la soberanía y la seguridad alimentaria como base de la sostenibilidad están íntimamente atravesadas por el suelo, pues de él dependen las plantas, el agua y el clima.