La doctora Teresa García Gasca lleva 20 años en una investigación que, en un futuro, podría ayudar en el tratamiento contra el cáncer de colon.
García Gasca, quien desde enero es Rectora de la Universidad Autónoma de Querétaro, México, encontró que un grupo de proteínas del frijol tepari, llamado inhibidores de proteasas, tiene potencial anticancerígeno.
“Nuestras proteínas, en principio, no matan a las células cancerígenas, pero sí afectan su capacidad para migrar, que es una de las propiedades con las que llegan a otros tejidos”, explica.
“Pero junto con esas proteínas encontramos otras que venían contaminando a la fracción inicial y que se llaman lectinas. Son proteínas de reconocimiento, todos los seres vivos tenemos lectinas y los otros inhibidores de proteasas, sólo que tenemos diferentes tipos”.
Al ser blanco de los animales, las lectinas de las plantas son buenas reconociendo sus células. En particular, las de las leguminosas han mostrado ser eficientes en el reconocimiento de células cancerígenas.
“Encontramos que matan a las células, que les induce la muerte celular programada, que es controlada por las células para morir de forma ordenada. Las células cancerígenas usualmente evaden este proceso, son exitosísimas para proliferar y no morirse, y nuestras lectinas les inducen este tipo de muerte”, apunta.
La obtención de las lectinas directamente del frijol, además de tener un alto costo, resultó ser un proceso lento -podía tomar hasta ocho meses-, por lo que los investigadores decidieron producirla de manera transgénica.
“Encontramos una levadura que se llama Pichia pastoris, encontramos una cepa que tiene las características genéticas que nos permite obtener nuestra proteína de interés”, narra, “bajamos los costos muchísimo y el nivel de rendimiento es favorable”.
Camino a seguir
Hasta la fecha han participado en este proyecto alrededor de 45 personas de esa universidad, entre estudiantes de licenciatura, maestría y doctorado, así como profesores. Los fondos han provenido de distintas fuentes, como la propia universidad y el Conacyt.
La investigación, que en sus 20 años ha contado con expertos de la UAQ, el Cinvestav Irapuato, el Instituto Nacional de Investigaciones Forestales Agrícolas y Pecuarias, el Instituto Tecnológico del Roque y la UNAM, entre otras instituciones, está en la fase de ser probada en animales.
“Una vez que terminemos esta etapa con la proteína recombinante, y si todo sale bien, tendremos un fármaco cuyo origen es natural, aunque ya está a nivel biotecnológico, que podría ser usado para reducir los esquemas de exposición a las quimioterapias o para alargar el tiempo entre un tratamiento y el siguiente”, expone García Gasca.
Al concluir las pruebas con animales, será posible pasar a las pruebas en humanos, proceso de cuatro fases que se prevé iniciar en tres años y para el que se requiere gran cantidad de fondos.
“Cuando uno ya entra a trabajar en humanos, ya pasamos un cuello de botella importantísimo y, para poder hacer esto, necesitaríamos ya del apoyo de la industria farmacéutica”, comenta, “que nos voltee a ver, se interese en nuestra patente y decida arroparnos”.
Si bien el precio final dependería de la farmacéutica, la investigadora y su equipo trabajan actualmente para reducir el costo de su producción.
“Buscamos optimizar la producción de la proteína. Más o menos de 7 mil pesos que cuesta la dosis cuando la obtenemos de la planta, bajamos a 3 mil cuando la obtenemos biotecnológicamente. Pero podríamos bajar hasta 500 pesos, más o menos, si mejoramos el proceso biotecnológico”, asegura.