Mientras atendamos los efectos y no las causas, lo males que sufre nuestra sociedad actual (la mexicana en lo general y la colimense en lo particular) jamás podrán ser socavados. La manifestación más visible de la violencia que vivimos en nuestra entidad, por ejemplo, son los crímenes relacionados con la delincuencia organizada, es cierto, pero no es sólo esta “violencia” (que se recrudece cada día) la que debe preocuparnos, sino toda la que generamos diariamente en los diferentes sectores y grupos sociales. Esta (la del narcotráfico) nos aterra porque en ella se pierden vidas humanas, muchas de ellas inocentes, que incluyen niños, niñas, y que ahora se cuantifican por cientos y miles, pero también deben aterrarnos otro tipo de violencias que, aunque son menos perturbadoras, igual dejan un daño irreversible en nuestra comunidad: la violencia que ejercen muchos maestros en las aulas contra inofensivos estudiantes, o la violencia que ejercen muchos médicos que según el grado de vulnerabilidad que vean en ti es lo que aprovecharán para (perdónenme la expresión) estafarte, o la violencia que uno encuentra de igual modo en el mundo de los abogados (al que pertenezco y en el que muchos años trabajé), en donde encontramos profesionales del derecho que pueden dejar en la calle a personas que lo único que pedían era, paradójicamente, recuperar sus bienes, o la violencia que generan los políticos (aun aquellos que luchan contra la violencia a través de actos violentos), etcétera. Yo he escuchado a maestros quejarse de la clase política pero al apenas voltear con sus estudiantes los he visto maldecirlos de una forma realmente humillante. Yo he escuchado a médicos reprochar la insensibilidad de la clase política y dos minutos después ser realmente incapaces de escuchar pacientemente mi padecimiento. Yo he escuchado a abogados quejarse de las raterías de la clase política al tiempo que se jactan de haber logrado corromper a un juez o a un comandante de policía. La corrupción, la impunidad y la falta de sensibilidad que han permeado todos los sectores de la sociedad en general genera una sola cosa: violencia. No es la violencia, por tanto, la causa sino el efecto, de manera que mientras no combatamos las causas reales de esta barbarie que vivimos (corrupción, impunidad, falta de sensibilidad) no podremos acabar jamás con nada, mucho menos con esta espiral de violencia. Todos somos violentos porque ante la violencia es raro que reaccionemos de forma no violenta. Vivimos en nuestro país (y en Colima) tiempos, pues, muy difíciles, de profunda deshumanización, en donde las apariencias (una foto arreglada en el Facebook, por ejemplo) nos importan más que la realidad, con esa doble moral en la que exigimos que los otros (los políticos, los maestros, lo médicos) cambien pero la mayoría de nosotros mismos no hacemos nada por transformarnos, ni aun en los eventos más cotidianos de nuestra vida diaria. Más que violencia, es la deshumanización lo que está convirtiendo la comunidad en que vivimos en una tierra sin ley, sin virtud y sin valores, una selva cuya consigna mejor, parece ser, es la que reza: “sálvese quien pueda”. En algún momento (espero que no sea tarde) habremos de dar un cambio de rumbo, en algún momento tendremos que saber que este cambio de rumbo sólo lo puede impulsar, desde abajo, la educación de calidad, así que ojalá que este rubro sea el bastión no sólo de las campañas electorales por venir, sino de quien, ya en el cargo, pueda convertirlas en parte intrínseca de nuestro desarrollo.
Escritor y académico. Columnista en SinEmbargoMX y La Jornada Semanal. Associate Professor (Spanish) at University of Otago