La tensión con Corea del Norte se ha convertido para la Casa Blanca en un factor de complicación y también en un ejemplo admonitorio, en momentos en que el presidente estadunidense, DonaldTrump, tiene que decidir si certifica o no el acuerdo nuclear con Irán.
Se espera que este viernes Trump declare que un histórico acuerdo internacional para controlar el programa nuclear iraní ya no es del interés de Estados Unidos.
Tal declaración no terminaría definitivamente con el acuerdo, pero dejaría la decisión en manos del Congreso, una táctica arriesgada para el conjunto de Medio Oriente.
Y durante los meses de debate tras la elección de Trump como presidente, sobre las repercusiones regionales que tendría la rectificación o no del acuerdo, aumentaron además las tensiones con Corea del Norte, que se convierte en un problema mayor ante la decisión.
Los presidentes, desde George Bush padre hasta Obama, intentaron seducir y coaccionar a Corea del Norte para impedir que se dotara de armas nucleares. Pero año tras año, y tras tres generaciones de la dinastía Kim, Corea del Norte se acercó cada vez más al dominio de lo que Winston Churchill llamó alguna vez “luces de una ciencia pervertida”.
Pyongyang aisló en secreto plutonio, se retiró del Tratado de No-Proliferación y fabricó un misil balístico de medio alcance que puede llegar a Alaska o Hawái. Perfeccionó una bomba atómica.
En noviembre de 2016, los servicios de inteligencia estadounidenses llegaron a la conclusión de que Pyongyang estaría en condiciones de manejar tecnología de misiles balísticos intercontinentales dotados de dispositivos termonucleares miniaturizados, y que Estados Unidos quedaría en su área de alcance.
Estados Unidos tiene básicamente tres opciones: la acción militar, la diplomacia o aceptar la situación. Según asesores cercanos a la Casa Blanca que asistieron a la conversación de noviembre pasado, Obama estaba convencido de haber transmitido al futuro presidente la gravedad de la situación.
Sin embargo, varios funcionarios de la Casa Blanca describen el desafío en términos históricos y llegan a la conclusión de que enfrentar hoy a Irán ofrece la oportunidad de hacer lo que se desaprovechó hace una década o más con Corea del Norte.
Ponerse fuertes con Teherán, argumentan, le daría a Trump la posibilidad de evitar que un enemigo de Estados Unidos desarrolle un arma nuclear y ahorraría al próximo presidente tener que enfrentar una retahíla de malas decisiones.