Las contradicciones, mentiras, regaños, manoteos… de Trump.

Contradicciones, mentiras, desbarres, regaños, gestos y manoteos. Eso fue la conferencia de prensa a la cual citó Donald Trump el jueves 15 para informar que propondría a Alexander Acosta como secretario del Trabajo. Pero prácticamente no abordó el tema. En su estilo incoherente, errático, el presidente estadunidense habló de México, del Tratado de Libre Comercio, del tráfico de drogas, de las deportaciones de latinos, hasta llegar al punto culminante: reconoció que los servicios de inteligencia de su gobierno filtraron información a la prensa… a esa prensa a la que tilda de mentirosa por divulgar esas filtraciones.

WASHINGTON (Proceso).- La convocatoria fue de último minuto. La Oficina de Prensa de la Casa Blanca citó a los reporteros para una conferencia de prensa que ofrecería el presidente Donald Trump el jueves 15 y en la cual anunciaría la nominación de Alexander Acosta como secretario del Trabajo.

En el Ala Este de la Casa Blanca, atiborrada de reporteros, había expectación: Trump frente a los medios de comunicación, a muchos de los cuales llama deshonestos y creadores de “noticias falsas”.

Trump salió casi media hora tarde para hacer el anuncio de su elegido. “Quiero comenzar diciendo que mi nominado para ser secretario del Trabajo es Alex Acosta. Tiene un título profesional de la Universidad de Harvard y fue un gran estudiante”, declaró al inicio de la sesión.

El anuncio fue como una ironía: el mismo día en que las comunidades latinas de muchas ciudades estadunidenses decidieron no ir a trabajar, no enviar a sus hijos a la escuela, cerrar sus negocios y no hacer compras –en rechazo a las políticas migratorias del presidente–, Trump designaba a Acosta quien, de ser confirmado por el Senado, será el primer latino de su gabinete. Y sin embargo, fue notoria la ausencia del nominado en la conferencia de prensa. La Casa Blanca no lo requirió.

Minuto y medio le bastó a Trump para anunciar la nominación de Acosta. Luego se olvidó de él. Dedicó los siguientes 17 minutos –de los 72 que duró la conferencia de prensa– para elogiar su recién iniciada presidencia.

“Como saben, nuestro gobierno heredó muchos problemas en la administración y la economía. Para ser honesto, heredé un desastre; es un desastre, en casa y en el extranjero”, se quejó Trump ante la expectante mirada de los reporteros. “Empleos yéndose del país, lo ven con todas las compañías que nos abandonan, que se van a México y a otros lugares. Bajos salarios, inestabilidad masiva en el extranjero”, insistió.

Los reporteros esperaban ansiosos a que acabara con su verborrea. Había muchas preguntas que hacerle.

Pero a Trump se le notaba contento. Manoteaba, sonreía, hacía muecas. Su cabellera extremadamente rubia y perfectamente cepillada lo hacía parecer, a sus 70 años, casi jovial. Se mostraba pleno y dueño del ambiente que lo rodeaba. No parecía preocuparle la creciente falta de credibilidad que se cierne sobre la Casa Blanca debido al caso de las comunicaciones de sus asesores con el gobierno de Rusia.

“Estoy aquí dándole seguimiento a lo que me comprometí a hacer; es todo lo que estoy haciendo… Obtuvimos (en la elección) 306 votos del Colegio Electoral porque la gente salió a votar como nunca antes se había visto; creo que es el mayor voto electoral ganado desde Ronald Reagan”, fanfarroneó, muy a su estilo.

A los reporteros se les notaba nerviosos. Querían que el mandatario terminara pronto con su larga lista de éxitos tempraneros. Tenía mucho que explicar y aclarar, si en realidad había convocado a una auténtica conferencia de prensa.

Como ya es costumbre en las declaraciones de Trump, México salió a relucir en varias ocasiones.

Habló indirectamente de la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte. Manifestó su determinación de disolverlo y partirlo en dos: uno con México y otro con Canadá.

“Ordené a los departamentos de Seguridad Interior y de Justicia coordinar un plan para destruir a los cárteles criminales que vienen con drogas a Estados Unidos. Nos estamos convirtiendo en una nación infestada de drogas. Las drogas son más baratas que un dulce”, subrayó.

Como se esperaba, insistió en su proyecto de construir un muro en la frontera sur de su país. Informó que el miércoles 15 inició formalmente el proceso para edificarlo: “El precio del proyecto bajará, como todo lo demás que he negociado para el gobierno. Tendremos un muro que funcionará, no como el que existe ahora y que es como si no existiera. Es un chiste”, sostuvo.

Habló de las redadas enfocadas en capturar a los inmigrantes indocumentados y que son motivo de pánico entre la comunidad hispana, la cual respondió con el boicot económico del jueves 16.

“Iniciamos un esfuerzo nacional para remover a los criminales, pandilleros, vendedores de droga y a otros que representan una amenaza a la seguridad pública. Todos los días estamos salvando la vida de estadunidenses”, aseguró.

Verdades a medias

En el Ala Este se palpaba la desesperación de los periodistas. Esperaban ansiosos a que Trump finalizara la retahíla de supuestos éxitos en apenas un mes de mandato. Cuando al fin lo hizo, sorprendió a todos: ¡no tenía una lista de reporteros previamente seleccionados para darles la palabra!

La primera en preguntar fue Mara Liasson, de la cadena de televisión NPR, una de las que, según el mandatario, integran el grupo de fake news (los medios que sólo difunden mentiras).

Liasson fue al grano. Le preguntó sobre la repentina renuncia del general Michael Flynn como jefe del Consejo de Seguridad Nacional de la Casa Blanca.

“¿Fue renuncia o despido?”, inquirió la reportera con base en los reportes de los servicios de inteligencia del gobierno federal, filtrados al Washington Post y al New York Times.

Dichos reportes aseguran que Flynn, antes de que Trump asumiera el poder, dio garantías al gobierno de Rusia de anular las sanciones económicas que el pasado 29 de diciembre impuso el presidente Barack Obama debido al el espionaje cibernético que los rusos habrían llevado a cabo con el propósito de manipular los comicios presidenciales en contra de Hillary Clinton.

“Mike Flynn es una persona fina. Le pedí su renuncia y él, de manera respetuosa, la concedió”, respondió Trump, quien con ello desmintió a su propio gobierno, el cual había afirmado que el general había dimitido.

Pero había más. Como lo hizo a lo largo de su campaña presidencial, Trump comenzó a soltar verdades a medias y datos que hacían más grande el escándalo con Rusia y la crisis de credibilidad de su recién nacido mandato.

“No tenía por qué renunciar, porque lo que hizo no fue un error; lo que hizo fue en términos de la información que él vio. Lo que estuvo mal fue la manera en que a otra gente, incluidos ustedes que están en este salón, se le dio la información, porque la información estaba clasificada y fue entregada de manera ilegal. Ése es el verdadero problema”, explicó Trump.

¡El presidente de Estados Unidos daba por auténtica la información que los servicios de inteligencia de su gobierno habían filtrado a la prensa!: Flynn cometió un ilícito al contactar a los rusos cuando Obama aún era presidente.

Sean Spicer, el vocero de la Casa Blanca, se veía nervioso por lo que revelaba su jefe. Lo mismo le sucedía a Jared Kushner, yerno de Trump, y al vicepresidente Mike Pence, ambos sentados en primera fila. En los hechos, el presidente admitía que si no hubiese sido por las filtraciones a la prensa, el delito cometido por Flynn se habría perdonado.

“Y saben, pueden hablar todo lo que quieran de Rusia, que después de todo son noticias falsas, un acuerdo fabricado (sic) para encubrir la derrota de los demócratas (en las elecciones presidenciales) y la prensa juega un papel en ello”, soltó Trump.

La llamada a México

The Washington Post fue el periódico que dio a conocer la noticia de las conversaciones de Flynn con los rusos; se las filtraron las agencias de inteligencia, que supuestamente le deben lealtad a Trump.

The New York Times, por su parte, aportó nueva información al escándalo: cuando Trump era candidato, por lo menos tres de sus asesores mantenían comunicación constante con los rusos y sabían del espionaje cibernético.

“Vi a un par de gentes que supuestamente estaban involucradas en todo esto. Ellos no saben nada, nunca estuvieron en Rusia, nunca hicieron una llamada telefónica ni la recibieron”, afirmó el presidente.

The New York Times nunca dijo que los asesores hubieran ido a Rusia. Pero Trump estaba en su juego, como cuando conducía el programa de televisión en el que gritaba: “¡estás despedido!” En la conferencia de prensa parecía actor y no el titular del Poder Ejecutivo. Como Spicer, Kushner y Pence, Steve Bannon, su principal asesor de estrategias políticas y el hombre con más poder en la Casa Blanca, no podía ocultar su nerviosismo.

“Les voy a dar un ejemplo. Llamé, como saben, a México. Fue una llamada muy, muy confidencial, pero llamé a México, y en la llamada a México me di cuenta… o bueno… es que hablé con el presidente de México. Fue una buena llamada, pero de pronto está ahí afuera para que la viera el mundo. Se suponía que era secreto, yo suponía que era confidencial, como clasificada, en este caso”, tartajeó Trump.

El 27 de enero el presidente Peña Nieto recibió una llamada de parte de Trump. La prensa dio cuenta de ello, pero se filtró que en esa conversación, el estadunidense ofreció el envío de tropas a México para desmantelar a los cárteles del narcotráfico. Los Pinos negó el ofrecimiento y la Casa Blanca lo matizó señalando que había sido en tono de broma.

Y conforme avanzaba la conferencia de prensa, Trump caía en contradicciones, se enredaba, cantinfleaba…

Con la tercera pregunta –de un reportero de la cadena de televisión NBC– llegó la primera corrección a Trump; éste, en aprietos, demostró que no es el sabelotodo que presume ser y que está acostumbrado a mentir y a que nadie lo cuestione.

El reportero se le fue a la yugular: le preguntó por qué había dicho que los 306 votos del Colegio Electoral con los cuales ganó la Presidencia eran la victoria más grande desde la elección de Reagan, cuando Obama obtuvo más que él.

–Estaba hablando de los republicanos –reviró molesto Trump.

–George H. W. Bush ganó 426 –precisó el reportero.

–Bueno, no lo sé. Fue la información que me dieron… me la dieron; es más, he visto esa información por ahí –respondió Trump sin poder ocultar la molestia de haber sido atrapado en una mentira.

Cantinfleo

A pesar de sus descalificaciones a la prensa –en especial al New York Times y a la cadena de televisión CNN–, los periodistas le arrancaron a Trump la revelación de que giró instrucciones al Departamento de Justicia para que identifique a los funcionarios que filtraron la información confidencial.

“Estamos viendo algo muy serio, es un acto criminal. Cuando me llamaron de México quedé en shock, porque todo este equipo (sic), todo este increíble equipo telefónico… cuando me llamaron de México fui honesto, realmente estaba sorprendido (sic)… lo vamos a parar, es por eso que es un acto criminal”, intentó explicar Trump.

Luego, derrapó: “Las filtraciones son auténticas. Son ustedes los que han escrito y reportado sobre eso; quiero decir, las filtraciones son reales, ustedes las vieron y son absolutamente reales. Las noticias son falsas porque mucho de las noticias es incorrecto”.

Trump había caído en una gigantesca contradicción. Tenía que explicarla.

De pie, frente al presidente, Jim Acosta, corresponsal de CNN, le pidió que explicara por qué si las filtraciones son auténticas, las noticias al respecto son falsas. Tenso, incómodo y claramente molesto, respondió:

“Sabes lo que es. Aquí está la cosa. El público, como sabes, lee los periódicos, ve la televisión, observa. No saben si es falso o verdadero porque el público no está involucrado. Yo estoy involucrado. Toda mi vida he estado involucrado en esto, pero lo amo; por eso sé cuando ustedes están diciendo la verdad o cuando no lo hacen. Simplemente he visto muchas, muchas cosas que no son auténticas”.

Al concluir la maratónica conferencia de prensa varios colegas estadunidenses comentaron que sentían pena ajena. “Increíble, esto es un circo”, comentó un periodista que no quiso que se revelara su nombre ni el medio para el cual escribe. “Al fin y al cabo somos fake news”, añadió para justificar su anonimato.

Este reportaje se publicó en la edición 2103 de la revista Proceso del 19 de febrero de 2017.