Por: Arnoldo Delgadillo Grajeda
No son pocas, ni recientes, las investigaciones que han demostrado el poder transformador del arte y la cultura, aun en los ambientes más hostiles de pobreza, desigualdad y violencia.
Hay a nivel nacional e internacional experiencias de éxito sobre el rescate de espacios públicos y las intervenciones artísticas como medio de regeneración del tejido social, siendo en México, quizá las más conocidas, las estrategias aplicadas en Ciudad Juárez y Tijuana.
En Colima, la Dirección General de Difusión Cultural (antes Arte y Cultura) de la Universidad de Colima, bajo el liderazgo de Gilda Callejas, es pionera en la aplicación de programas relacionados con las bellas artes para potenciar el desarrollo comunitario.
Posteriormente, con esfuerzos que también incluyen al deporte, el Centro Estatal de Prevención Social contra la Violencia y la Delincuencia (CEPSVD), ha trabajado en polígonos detectados como conflictivos, con estrategias integrales para lograr la cohesión social.
Más recientemente, y con más cacareo, la Secretaría de Cultura, de acuerdo a la visión de su titular Carlos Ramírez Vuelvas, se sumó a proyectos de otras dependencias del Gobierno Federal con la intervención de cultura por la paz en la colonia El Tívoli.
En estos tres casos locales los resultados han sido extraordinarios. Ha quedado demostrada y palpable la transformación de espacios, de comunidades y de vidas que logra el arte.
Y señalo estos ejemplos, porque por primera vez el Instituto Nacional de Geografía y Estadística (Inegi), realizó el Módulo de Eventos Culturales Seleccionados (Modecult), con el que genera información estadística sobre la condición de asistencia de la población mexicana de 18 y más años en zonas urbanas (durante los últimos 12 meses), a eventos culturales específicos en su localidad, así como del interés en las diversas manifestaciones culturales, independientemente de su condición de asistencia.
Destaca que el 36 por ciento, es decir, más de una tercera parte de la población declaró no haber asistido a algún evento cultural en los últimos doce meses anteriores a la fecha de la entrevista. Y los que sí lo hicieron, asistieron en un 83 por ciento a una proyección de película o cine, en mucho menor medida, apenas un 28 por ciento asistió a una obra de teatro, y un 23.5 por ciento a un espectáculo de danza.
Pero lo que más llama mi atención del estudio, es que el Inegi preguntó en torno a los estímulos que se tuvieron en la niñez para asistir o no a eventos culturales. De entre quienes sí asistieron a alguno de los eventos que se midieron, 86.7 por ciento tuvo algún estímulo en el hogar, en la escuela o en ambos.
En contraste, entre quienes no asistieron a eventos culturales, 47.3 por ciento no recibió nunca algún estímulo; 4.7 por ciento lo recibió sólo en el hogar; 28.2 por ciento en la escuela y únicamente 19.8 por ciento en ambos espacios.
Urge pues incrementar los estímulos culturales desde tres frentes: en las familias, diversificando las actividades de ocio; en las escuelas, con una participación más seria y decidida en formación artística; y como política pública de los tres órdenes de Gobierno, poniendo especial énfasis, como se ha venido haciendo, en los niños más vulnerables por su condición social.
Sin duda alguna el consumo cultural dice mucho de lo que somos como mexicanos y de lo que podemos hacer para ser mejores.
Punto y aparte
Este miércoles se realizará el Parlamento Juvenil en el Congreso del Estado de Colima. A diferencia de otros años, como práctica democrática, quedó secuestrada por los partidos políticos. Esperemos que en posteriores ocasiones haya una convocatoria pública y un ejercicio más plural, como a nivel nacional sucede.