“No quiero convertirme en Batman”

Pablo Oporto dice que no recuerda de cuántos asaltos ha sido víctima, pero “probablemente son más de 100”. Este ingeniero comercial de 36 años ostenta una dura marca, al ser autor de la muerte de siete delincuentes, a quienes enfrentó haciendo uso del derecho de legítima defensa. No es un tema que le enorgullezca, pero que asume con serenidad: “Yo solamente quiero defenderme y proteger a mi familia”.

 

 

Explica que los asaltos y robos han sido un tema recurrente en su vida, desde que sus padres se instalaron en la población Cardenal José María Caro, en Lo Espejo. Recuerda que su padre empezó con un horno pequeño a hacer pan amasado. De a poco ahorraron y pusieron su primera panadería. Hoy ya suman siete locales, pero con el éxito también aumentaron los problemas.

 

 

Al principio era la época de los cogoteos. “La gente andaba con arma blanca. Mi hermano y yo nos metimos a boxeo y karate, porque venían bandas a asaltarnos todos los días”, recuerda Pablo.

 

 

Sin embargo, a mediados de los 90 la situación se hizo más insostenible, ya que a los delincuentes del barrio, se sumó gente de otros sectores. “Venían armados, en vehículo. Ya no era gente adulta, eran jóvenes, niños chicos, entraban eufóricos, drogados. Ahí empezó la escalada de asaltos”.

 

 

En esos años Pablo viajó a México e hizo un curso de seguridad. “Me enseñaron qué armas usar, cómo repeler un asalto y la aplicación de las leyes. Porque la legítima defensa no es exclusivo de Chile, es algo que se aplica en todo el mundo”.

 

 

Y si bien es un derecho, el que Pablo ha aplicado en 30 ocasiones, sus alcances resultan, a veces, difusos para la población.

 

 

Claudio Uribe, presidente de la Asociación Nacional de Fiscales explica que “la legislación reconoce que hay casos en que las personas pueden defender su vida y derechos fundamentales sin que aparezca alguien de la autoridad a defenderlos. Pero eso ocurre porque son casos graves. Donde la persona no tiene una opción menos perjudicial que causar daño o la muerte de quien lo está  agrediendo. Por eso el Código Penal regula la legítima defensa y pone una serie de requisitos. Primero, la persona tiene que estar siendo agredida. Segundo, tiene que ser algo que está ocurriendo en el minuto”. Además, debe ser una agresión ilegitima, se tiene que estar evitando un daño y, fundamentalmente, la respuesta debe ser proporcional a la que se enfrenta a ser víctima.

 

 

No quiere más lucha

 

Pablo tenía 20 años la primera vez que aplicó la legítima defensa.  Entraron a su casa después de haber robado la del vecino. “Usé mi arma, pero no pasó a mayores, quedaron seis heridos”.

 

 

Son siete los delincuentes que han muerto intentando asaltar sus locales y Pablo dice que siempre se queda pensando en ellos. “Cuando le haces daño a alguien al día siguiente te pones a pensar en lo que le hiciste. Si tiene familia, hijos, piensas en su mamá”.

 

 

La vasta experiencia que ha tenido en asaltos lo ha preparado en cómo actuar. “Primero analizo rápidamente cuál es el delincuente que está más cerca o que tiene el arma. Reacciono contra él y lo reduzco en un lugar donde pueda repeler el asalto. A veces los trabajadores o clientes actúan descontrolados porque no tienen preparación, y mi preocupación principal es protegerlos a ellos. Después del hecho siempre me pongo a analizar si es que podría haber hecho algo mejor”, cuenta.

 

 

Pablo ya está cansado. Dice que va a cerrar sus negocios. Desde hace siete años es padre soltero de un niño. “No quiero que mi hijo normalice la violencia y los balazos. Cuando juega con sus amigos no corre para esconderse, se agacha y se va reptando”. Cree que eso se debe a que desde los cuatro años  debió enseñarle a esconderse. “No quiero seguir exponiéndolo a eso”, cuenta.

 

 

“Varios me dicen que es como tirar la toalla. Pero yo jamás he tenido una lucha contra la delincuencia. Yo no quiero convertirme en Batman ni en un justiciero, no quiero matar a nadie”.